miércoles, 17 de marzo de 2021

La única opción es vivir

 Cuando una hermosa cala está siempre tranquila y sin oleaje es porque hay una escollera exterior que la protege. Por eso es difícil y peligroso entrar y salir de ella.

Cuando estamos en una situación serena, apacible, confortable, es porque tenemos una barrera que nos protege... y que nos separa del exterior, que nos aísla. Es cómodo pero no recomendable.  No podemos aspirar a vivir en una burbuja ignorando la realidad. Hay que hacer como Buda, el príncipe que vivía feliz en un jardín maravilloso rodeado de un altísimo muro que le impedía ver más allá: saltar el muro, con todas las consecuencias, y encontrarse con la vida, con todo lo bueno y lo malo, con la felicidad y la tristeza... y luchar.

No es una salida alocada y suicida de la rada.  Hay cartas que describen los peligros y pilotos que conocen la manera de evitarlos pero es necesario coraje porque,  tras abandonar el puerto, la travesía continúa y ya es tarea nuestra. Hay que echar mano de nuestros recursos, de nuestras habilidades para coger los vientos, para desafiar las tormentas. Hay que utilizar nuestros conocimientos para trazar el rumbo y nuestra intuición en situaciones difíciles. Hay que dudar y acertar y equivocarse. En definitiva, vivir

jueves, 14 de enero de 2021

El miedo, los miedos

 Sentada ante mi mesa, con mis cartas de navegación a la vista y en paz, ha venido a mi mente una idea sobre la que considero que debo reflexionar: el miedo.

Si, el miedo. Pero no el miedo concreto que se siente ante una circunstancia o un ser vivo (y que, evidentemente,  no tiene caso en este momento), sino ese miedo que habita en nosotros, que se esconde entre los pliegues de nuestra mente o de nuestro corazón,  es decir, en lo racional o en lo emotivo. Ese miedo, o mejor esos miedos (porque no suele ser sólo uno) que constituyen nuestras líneas rojas, que establecen los límites de nuestra zona de confort,  que suponen las fronteras de nuestro entorno controlado. Son todo lo que existe más allá de las columnas de Hércules de nuestra vida y los miramos, o más bien los intuimos -¿o los inventamos?-  desde el Finisterre de nuestra existencia cotidiana y previsible.

Y me he puesto a pensar en la importancia de los miedos. De la misma forma que esos fantasmas de las narraciones pueblan las pesadillas de los niños y terminan adquiriendo una existencia casi real, nuestros miedos terminan tomando el control de nuestras vidas. Actuamos, sentimos y pensamos en función de ellos, determinados por ellos, y,  de alguna forma, controlados por ellos. Como esa resaca invisible, traidora y temida que nos atrapa y nos engulle o nos acaba lanzando contra la escollera, aunque tratamos de escapar de ella,  nuestros miedos siempre nos cazan y nos arrastran a esas situaciones que nunca deseamos vivir,  que tanto nos asustaron siempre. Precisamente esas y no otras, precisamente aquellas de las que instintivamente huimos de forma permanente:: nuestros miedos se hacen realidad porque los alimentamos. En este punto, he visto claro el horizonte. Es preciso navegar con el tiempo y con el viento que hay, arrumbando firmes hacia el puerto elegido, confiando en que somos capaces de capear los temporales que encontremos, que nuestro barco es marinero y nosotros, capitanes hábiles para maniobrarlo. Todo lo demás es alimentar fantasmas y crear miedos que nos apresarán sin remedio

sábado, 12 de diciembre de 2020

A veces, hace falta un piloto

 Está claro que a veces no somos capaces de trazar el rumbo, que no sabemos interpretar la carta o que hacemos mal las lecturas del sextante. Está claro que a veces por mucho que nos esforcemos no somos capaces de coger viento, no manejamos bien el trapo, no sabemos calcular los rizos que hay que dar para poder avanzar correctamente. Y en esas ocasiones, por más que queramos partir hacia otros horizontes, estamos varados... o casi. Como mucho, navegamos en círculo en torno a nuestra propia angustia y no vemos más aguas que las que nos deja la bajamar.

Es precisa una ráfaga de viento o un golpe de remo pero no siempre está en nuestras manos...y curiosamente, lo que no somos capaces de hacer por nosotros, la fuerza que no encontramos en nuestros brazos ni en nuestro corazón, la encontramos por causa de otros. Una causa ajena nos sacude, nos despierta, nos arranca de la inmovilidad, de la cobardía o de la desgana. Entonces, esa causa ajena o ese otro sobrevenido es quien se pone manos a la obra para estudiar la carta, para usar el sextante, para trazar el rumbo, para izar las velas...y ponerse al timón. 

Así encontramos la respuesta a la cuestión que nos ronda y nos ronda ¿basta con el capitán? . Está claro que a veces es preciso un segundo, está claro que a veces hace falta un piloto.

viernes, 6 de noviembre de 2020

De engreídos y pedantes

 Aunque pienso sinceramente que mirar hacia dentro ayuda mucho a aprender, porque, conociéndonos y sabiendo nuestras limitaciones, estamos mucho mejor preparados para ubicarnos en nuestro lugar en el mundo y desarrollar el papel que nos ha correspondido en el reparto, debo reconocer que apoyarse en la borda y observar lo que pasa a nuestro alrededor es, en muchas ocasiones, bastante ilustrativo. Ver cómo navegan los demás, sus técnicas y estrategias y cómo manejan el trapo nos da una información muy valiosa aunque, muy frecuentemente, decepcionante, lo que no contribuye en absoluto a formar una imagen positiva y gratificante de nuestro entorno.

Me refiero, sobre todo, a esas actitudes dirigidas a convertirse en el centro de atención. Hay quien sueña con que el mundo gire a su alrededor... y lo peor es que muchas veces, incomprensiblemente, lo consigue. Y digo incomprensiblemente porque en algunos casos su valía no es suficiente y detrás de la corteza de la fachada hay bien poco, de forma que con solo rascar ligeramente quedan en evidencia y, en otras, su valía y su egocentrismo están al mismo nivel con lo que uno arruina la otra. Y llegados a este punto es cuando empiezo a dudar del raciocinio y del buen juicio de la especie humana: ¿cómo se puede colaborar en el encumbramiento de semejantes personajes? Y lo que es peor ¿cómo personas de auténtico mérito pasan por nuestro lado prácticamente inadvertidas?... Ayudadas, claro está, por su calidad humana que les impide hacer alarde de  lo que realmente son y valen.

Así que, el resultado de mi reflexión de hoy es que no pienso abarloarme a ese barco, sigo mi viaje con mi pequeña embarcación, marinera como pocas y capeadora de temporales y de tentaciones, segura de que encontraré quien navegue por los mismos mares.


sábado, 24 de octubre de 2020

¡A todo trapo!

 Y ahí me había quedado, en el fondeadero, recalculando. Pero no, no ha sido eso exactamente, ha sido más bien una estancia en dique seco y, desgraciadamente, demasiado larga. Cuando una reparación toma tanto tiempo es que las cosas estaban muy mal, los daños eran muy graves. Lo peor es que no era consciente de ello, ni siquiera sabía que necesitaba una reparación... 

No todas las reparaciones son materiales, en este caso era una reparación personal, de tripulación, de ideas, de rumbos, de destinos... una reparación de principios. Por eso ha sido tan larga, tan difícil,  es más,  aún no estoy segura de haberla concluido pero... hay que arriesgarse y zarpar para comprobarlo.

Han pasado muchas cosas en este tiempo. Yo diría que demasiadas. Desde el ámbito personal, que ha contemplado la alteración de destinos y técnicas, hasta lo social,  donde hemos vivido una auténtica catástrofe que nos ha cambiado los modos de vida, de relación, los horizontes y las prioridades. Y tampoco aquí podemos afirmar que la crisis está superada porque  no es cierto.

Revisando el cuaderno de bitácora que es este blog, me he dado cuenta de que el abandono de la travesía se había producido hace mucho más tiempo de lo que pensaba. La última anotación no fue mas un un intento de tomar conciencia, como ese esfuerzo que hace quien está herido de muerte por ponerse en pie y seguir adelante y al observarlo he sentido un escalofrío; ¿está este viaje detenido para siempre? ¿Es ya un sueño irrecuperable?. 

Debo hacer balance de todo este tiempo, de los errores, de los desvíos conscientes,  de los desvaríos inconscientes y sacar de ello una determinación firme: sea como sea, no debo parar, no debo abandonar mi viaje. Mi barco no puede quedar a la deriva ni morir en el fondeadero. ¡Avante a todo trapo!

domingo, 29 de julio de 2018

El resto de mi vida

Después de haber estrenado hace algún tiempo el primer día del resto de mi vida y haberme lanzado a navegar desordenadamente, tengo la convicción de que he emprendido un viaje equivocado o, al menos, no he sabido aprovechar de la mejor manera posible mi recién estrenada libertad.
Por esa razón, he puesto proa a mi puerto de origen, a mi fondeadero más seguro. Hay que volver a aparejar, volver a consultar las cartas y las posibles travesías, aprovisionarse... y volver a partir con un rumbo bien determinado. No se trata de navegar a la deriva intentando disfrutar de aquello que le plazca mostrarnos al destino sino de saber a qué punto del horizonte queremos llegar y ponerse decididos y precisos a la maniobra.
Ahí está, ahí sigue estando el primer día del resto de mi vida y el viaje que nunca podré emprender más joven. Ahí están el mar, el viento y la libertad.. ¿qué más se puede pedir?

miércoles, 11 de diciembre de 2013

La grandiosa pequeñez de la existencia.

Aquí estoy de nuevo, un poco vapuleada por el tiempo, un poco sacudida por el oleaje y un poco decepcionada por mi fragilidad. Yo pensaba que sabía regresar, que estaba en el buen camino. Seguramente hay que irse muy lejos para poder volver, irse mar adentro para poder tomar conciencia de la tierra de la que hemos partido pero en esas ocasiones la realidad que se constata es muy dura y el camino de retorno muy difícil. Miras tu estela y te preguntas: ¿cómo es posible haber alcanzado todas las coordenadas previstas y tener tanta deriva? Ahora, en la distancia obligada, contemplo mi derrota y casi no reconozco el rumbo que me marqué al zarpar aunque celebro que aún estoy lo suficientemente cerca como para darme cuenta de ello y tratar de sacar coraje para recuperarlo. Un golpe de timón… y las bordadas que sean necesarias para volver a encontrarme conmigo en la soledad del viento, en la inmensidad del mar de la vida y en la grandiosa pequeñez de la existencia humana.