jueves, 14 de enero de 2021

El miedo, los miedos

 Sentada ante mi mesa, con mis cartas de navegación a la vista y en paz, ha venido a mi mente una idea sobre la que considero que debo reflexionar: el miedo.

Si, el miedo. Pero no el miedo concreto que se siente ante una circunstancia o un ser vivo (y que, evidentemente,  no tiene caso en este momento), sino ese miedo que habita en nosotros, que se esconde entre los pliegues de nuestra mente o de nuestro corazón,  es decir, en lo racional o en lo emotivo. Ese miedo, o mejor esos miedos (porque no suele ser sólo uno) que constituyen nuestras líneas rojas, que establecen los límites de nuestra zona de confort,  que suponen las fronteras de nuestro entorno controlado. Son todo lo que existe más allá de las columnas de Hércules de nuestra vida y los miramos, o más bien los intuimos -¿o los inventamos?-  desde el Finisterre de nuestra existencia cotidiana y previsible.

Y me he puesto a pensar en la importancia de los miedos. De la misma forma que esos fantasmas de las narraciones pueblan las pesadillas de los niños y terminan adquiriendo una existencia casi real, nuestros miedos terminan tomando el control de nuestras vidas. Actuamos, sentimos y pensamos en función de ellos, determinados por ellos, y,  de alguna forma, controlados por ellos. Como esa resaca invisible, traidora y temida que nos atrapa y nos engulle o nos acaba lanzando contra la escollera, aunque tratamos de escapar de ella,  nuestros miedos siempre nos cazan y nos arrastran a esas situaciones que nunca deseamos vivir,  que tanto nos asustaron siempre. Precisamente esas y no otras, precisamente aquellas de las que instintivamente huimos de forma permanente:: nuestros miedos se hacen realidad porque los alimentamos. En este punto, he visto claro el horizonte. Es preciso navegar con el tiempo y con el viento que hay, arrumbando firmes hacia el puerto elegido, confiando en que somos capaces de capear los temporales que encontremos, que nuestro barco es marinero y nosotros, capitanes hábiles para maniobrarlo. Todo lo demás es alimentar fantasmas y crear miedos que nos apresarán sin remedio