jueves, 3 de noviembre de 2011

El faro del inicio de nuestro mundo

Tal vez mi parte de sangre mediterránea tenga la culpa pero la vida parece diferente entre la bruma y la lluvia, más bien, no parece vida. Puede que esa sea la razón de que aumenten las tendencias suicidas en los lugares con pocas horas de sol. En cambio, es difícil no disfrutar de la vida ante un día luminoso y espléndido en el que toda la naturaleza parece insuflarnos su aliento. Pero si algo he aprendido en esta nueva etapa de mi viaje es que la luz, la verdadera luz, debe nacer en nosotros mismos; la peor oscuridad, la peor noche es la que se atrinchera y anida en el fondo de nuestra alma: hay gente que tiene, aunque no lo desee, niebla en el corazón y en esas condiciones no se puede afrontar ninguna travesía  porque se pierde el rumbo, porque se es muy vulnerable a todos los escollos, a todos los bajíos y a todos los peligros del océano en el que navegamos que es nuestro propio océano. Sólo se puede arrumbar a un buen puerto cuando un faro fiable nos guía: un faro marcado en la carta de nuestra esperanza cuya linterna se alimenta únicamente del fuego de nuestra ilusión.