Aquí estoy de nuevo, un poco vapuleada por el tiempo, un poco sacudida por el oleaje y un poco decepcionada por mi fragilidad. Yo pensaba que sabía regresar, que estaba en el buen camino. Seguramente hay que irse muy lejos para poder volver, irse mar adentro para
poder tomar conciencia de la tierra de la que hemos partido pero en esas
ocasiones la realidad que se constata es muy dura y el camino de retorno muy
difícil. Miras tu estela y te preguntas: ¿cómo es posible haber alcanzado todas
las coordenadas previstas y tener tanta deriva? Ahora, en la distancia
obligada, contemplo mi derrota y casi no reconozco el rumbo que me marqué al
zarpar aunque celebro que aún estoy lo suficientemente cerca como para darme
cuenta de ello y tratar de sacar coraje para recuperarlo. Un golpe de timón… y
las bordadas que sean necesarias para volver a encontrarme conmigo en la
soledad del viento, en la inmensidad del mar de la vida y en la grandiosa
pequeñez de la existencia humana.