domingo, 21 de abril de 2013

Tenía que ser Marina

Si París bien vale una misa, a veces diez minutos valen dos años de espera. Eso ocurre cuando esos minutos ponen ante nosotros todos los valores de la vida: la sencillez, la lealtad, la franqueza, el esfuerzo... y una enorme paz; no una paz resignada o sin color, una paz llena de alegría de vivir, contagiosa, esperanzada.
Muchas veces no sabemos por qué sentimos una especial inclinación hacia ciertas personas ni por qué despiertan tan intensamente nuestra simpatía... hasta que las tenemos delante. Cuando su mirada se cruza con la nuestra, cuando vemos el brillo de sus ojos y la luz de su sonrisa rompe por un momento la noche que empieza a caer sobre nuestro cielo. Pero todo eso aún sería insuficiente si no se produjera con las circunstancias idóneas y en la atmósfera adecuada y eso tambíen se dio: entre las candilejas de Marina, se veía Menorca en el horizonte.