viernes, 27 de enero de 2012

La grandeza de los pequeños puertos

Navegar con viento fresco a un largo puede parecer una situación òptima pero, sin despreciarla en absoluto, voy a defender el valor de la encalmada. Hace pocos días , descubrí un mensaje interesante en un breve relato donde se describía la decepción de un leñador que, tratando de superar cada jornada su cantidad de árboles cortados, se enfrentaba con la triste realidad de un resultado inferior día tras día. ¿Cómo podía explicarse que acrecentando el esfuerzo el resultado disminuyera inexorablemente?. La respuesta se la dio su capataz, reflexivo, experimentado: ¿Te has preocupado de afilar el hacha?. A veces, la prisa por correr tras nuestro destino, por conseguir los retos que nos planteamos, por lograr los resultados que nos satisfagan o, al menos, que nos indiquen que no andamos equivocados nos hacen olvidar algo importante: nos desgastamos, nuestra energía se consume, nuestra mente necesita recalcular su rumbo.
Tras recalar con éxito en el primer puerto y reanudar la travesía con buen andar, soy consciente de que me vendría bien un tiempo de calma para revisar las cartas, para limpiar los fondos y repasar las drizas y las velas. He descubierto la grandeza de un pequeño puerto y necesito seguir saboreándola en la memoria.