jueves, 13 de octubre de 2011

Muy lejos, detrás del horizonte

Todo en calma. Hoy me toca apoyarme en la borda y disfrutar del mar. Entornando los ojos, adivino detrás del horizonte el que ha sido mi puerto de partida para esta travesía en la que ando y su viento, salado e indomable, impregna la cadencia del romance y de la copla donde encuentran su voz la historia, la leyenda y los amores.



CÁDIZ

Los jirones de luna
prendidos en la sierra
y los rizos del agua
en las frentes luceras:
puñales de la noche
desgarrada en estrellas.
Siempre la luna, siempre
de acero y hierbabuena.
La luna, blanca y roja,
de nácar y de arena
la luna de las fuentes.
La luna nueva, negra
la noche al contrabando.
Plata de luna llena,
A la pasión gitana,
martillos y saetas.
Unas soberbias alas
fingen las norias nuevas.
Rocín encadenado,
el viento se lamenta
con un murmullo leve
que flota en la dehesa
y vuela al horizonte
sobre la mar inmensa
dejando un canto de oro
mecido en la marea.
Besos de sal, las olas
de yodo y madreselva
acarician de azul
rostros de bronce y cera.
Gaviotas sin retorno,
sombras de lienzo y brea.
Un desafío late
sobre la mar estrecha:
las míticas columnas
son otra vez la puerta
entre un ayer sombrío
y una esperanza incierta.
Fuera del escenario,
coro de la tragedia,
los jinetes del viento
domando la tormenta:
suave mano de hierro
con corceles de seda.
Sobre las olas pardas
del alba soñolienta,
unas crines de espuma
dejan por la ladera
las velas de la mar
tendidas en la sierra.

(Mª Ángeles Novella. Inédito 2008.)

domingo, 2 de octubre de 2011

El ancla del barco que nos lleva

Si hay algo tan doloroso como despedirse de un ser vivo, es desprenderse de un libro. A veces, lo perdemos y es como un accidente, doloroso e inevitable, al que poco a poco nos vamos resignando; a veces, lo prestamos y ya nunca volvemos a recuperarlo: es como un secuestro sin resolver que martillea constantemente en nuestra memoria y late en nuestros sentimientos hacia el secuestrador. Ambas pérdidas son ajenas a nuestra voluntad y sólo nos queda el sufrimiento. Lo que resulta realmente duro es tener que sacar un libro -o muchos- de nuestra vida, en realidad, suele ser de nuestra casa, de nuestro espacio limitado y estrecho donde ya no queda espacio físico para esa convivencia muda, casi ignorada, que ha durado tanto tiempo. Nuestros seres queridos nos dejan porque acaba su recorrido, porque la naturaleza es implacable y no podemos hacer otra cosa que asumirlo, pero un libro es intemporal, aunque esté leído y releído, aunque su contenido esté superado, aunque sus páginas tomen ese tono otoñal de la decadencia, y sólo muere cuando nosotros lo matamos al sacarlo de su lugar en esa estantería abarrotada. ¿Los libros son tan sólo papel reciclable? ¿Qué es su letra escrita y todo lo que encierra? ¿Se puede reciclar el alma de los libros? ¿Tenemos derecho a enterrar en un ataúd azul de chapa las mentes, los corazones, los ojos, las manos que encierra la memoria de cada libro?
Los libros, como nuestros padres, son generosos y perdonan nuestros olvidos y nuestras ingratitudes pero forman parte de nuestras raíces y, de igual manera que los árboles sólo pueden crecer sobre ellas, las necesitamos para edificar nuestro mañana. Nadie en su sano juicio consideraría un ancla como una carga inútil, como una atadura innecesaria. Seguramente, los libros son el ancla del barco que nos lleva.