domingo, 18 de septiembre de 2011

La primera escollera, iniciar maniobra

Cuando se largan amarras, nos invade una sensación de libertad. Ver alejarse a popa la costa, agobiante de tan familiar, nos hace sentirnos dueños del futuro y cedemos a la tentación de despreciar el pasado, de abandonarlo en un rincon semienterrado entre un montón de trastos viejos e inútiles. Pero, tarde o temprano, es necesario mirar a proa y... allí está el mar: abierto, enorme, dinámico pero incierto y casi siempre peligroso. Al abandonar el refugio seguro del puerto conocido, hay que estar dispuesto a afrontar cualquier imprevisto, cualquier cambio repentino, cualquier tormenta que ponga en peligro nuestro barco o, si no, virar cuanto antes y volver a nuestro muelle, en la seguridad, eso sí, de que no volveremos a zarpar jamás.
Ha llegado el primer momento difícil de la nueva travesía y soy consciente de que hay que afrontar la maniobra con seguridad y firmeza: si tomo una decisión equivocada, es probable que no sea capaz de mantener el rumbo y mi derrota me lleve muy lejos del puerto de destino, en una huída hacia delante porque he borrado de mi carta las coordenadas de mi antigua rada.

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